Paula Tellechea en Converso, Película Documental
La película según mi hermana pequeña
Después de todo lo que ha pasado en esta familia en los últimos años, de las conversiones y cambios de sentido vital, uno se acostumbra a cosas increíbles y corre el riesgo de perder la capacidad natural de asombro.
Cuando me dijo mi hermana que David iba a hacernos unas entrevistas sobre nuestra conversión, y que tenía tal actitud de apertura a lo que le contásemos que, según había dicho, si entendía nuestra explicación, “igual se convertía”, me sorprendió demasiado poco. Por un lado por lo que venía pasando y, por otro lado, porque David siempre ha buscado un poco más allá, aunque diga que es inmune a lo trascendente; aún me acuerdo de cuando se marchó unos meses solo a la India “a buscarse a sí mismo” cuando yo era pequeña y nunca había oído algo así. Me parece que compartimos una vivencia de lo incompleto de nuestra experiencia humana, de ese “algo me falta”, que nos remitía a todos a un espacio común del que podíamos y queríamos hablar, en el que nosotros encontramos a Dios y él, por ahora, una ausencia.
Pero es verdad que al principio tuvimos miedo de abordarlo, y cuando lo hacíamos, en vez de hablar de ese profundo deseo común, nos quedábamos en detalles superficiales por los que acabábamos discutiendo sin llegar al fondo del asunto. Por eso, la propuesta de David fue descubriéndose como algo más relevante y más transformador de lo que había pensado: sentarse a hablar de ello (de nuestra conversión, de las circunstancias de nuestra respuesta, pero en el fondo también de nosotros mismos desde la intimidad de nuestra búsqueda) y hacerlo así, con el tiempo y la atención que merecía, resultó ser lo que necesitábamos. De momento no compartimos una misma visión y, a veces, nos seguimos y nos seguiremos perdiendo en detalles y consecuencias; pero nosotros hemos palpado que, al menos, ha servido para soltar nudos, para romper hielos que no queríamos tener en nuestra familia. Mediante el proceso de la película creo que hemos cambiado la perspectiva con la que nos mirábamos y nos hemos abierto paso a través de esa nube de extrañeza que se había creado para volver a reconocernos unos a otros como “mi hermano”, “mi hermana”, “mi madre”.
Uno de entrada esperaría tener miedo de la exposición pública que suponía la propuesta, pero en ningún momento lo viví así: por un lado, para mí la de mi conversión es una historia alegre, de las que apetece compartir; y por otro lado, David me da toda la confianza del mundo porque tiende a hacer las cosas bien naturalmente y, sobre todo, porque sé que nos quiere más que a sí mismo. Eso se fue notando en el respeto inmenso y el mimo que puso en cada detalle, en cómo cuidó que estuviéramos cómodos y que no mostráramos más allá de lo que queríamos. Y también hemos comprobado cómo se ha traducido después en el resultado de la película que, de una manera en la que creo que ninguno podíamos prever, invita a los que la ven a mirar con respeto nuevo, con curiosidad cariñosa al otro, a tomarse el trabajo de redescubrir al cercano cuando se ha interpuesto una distancia inesperada.